¡Shh…! Haga silencio, por favor
Para el poblador de una ciudad, pequeña o
grande, no debe resultar extraño relacionarse con los ruidos que le dan “vida”
común. Resulta familiar que atraviese el ciudadano un bosque de altos postes de
los que penden cables, como lianas, sobre las calles y así avancen por la
ciudad. Allí, los cables alimentan de energía eléctrica equipos de sonido y
aparatos que repliegan diversos sonidos difíciles de interiorizar. Por si fuera
poco, en la callese vuelve mucho más complejo: oímos el ruido de los vehículos
avanzar pesadamente sobre el asfalto y a los vendedores ambulantes gritar sus
promociones. El último resguardo parece ser dentro de algún transporte público,
y sin embargo, el ciudadano se ve amenazado por la estridencia de la música
movida elegida por el conductor. Nosotros mismos, a veces, somos parte de este
coro distorsionado contra el orden.
Cumaná es una ciudad de pequeñas dimensiones, lo que hace que reflexionemos acerca de su
espacio público. La razón nos permite comprender hasta qué punto los cumaneses
tienen paciencia. El bombardeo sonoro al que nos hemos referido no es más que
una pequeña y resumida muestra de lo que acontece en nuestro día a día. El
problema es sencillo de definir: somos una ciudad ruidosa.
Indiscutiblemente, requerimos de
asistencia pronto. ¿Cómo resolver estos ataques? Siendo más conscientes. La
cortesía sonora es sencilla de aplicar, considerando que no necesitamos más
energía que bajar el volumen de nuestras acciones: usted y yo tenemos derecho a
ser escuchados y respetar no cuesta nada.